Cuentan que Kafka (pero podría ser cualquier otro
escritor), debía recorrer una larga serie de montañas sólo para poder
llegar hasta su amada. No sé si la primera vez, el recorrido lo hizo en tren o
en barco. Me lo imagino andando a pié, despacio. El trayecto, de por sí largo,
con tan poca ayuda se volvió interminable Pero al escritor, esto no le
molestaba. Encontraba en los riscos, en los vados, en las subidas y las bajadas
signos monótonos que harían resaltar a su llegada, con mayor fuerza, el aire
bello y único de su amada Estela.
El camino de regreso a la ciudad siempre se hacía más breve, no porque la
distancia se acortara, (todo lo contrario, las ganas de Estela ensanchaban las
líneas necesarias de sus pasos) sino simplemente, porque a ella no le gustaba
andar a pié y convenció al terco enamorado de usar, como toda la gente normal,
el tren para volver a casa.
Ya en su habitación, Kafka sintió hinchársele el pecho y colmársele los ojos.
Entonces buscó desesperado un papel y se apresuró a manchar las hojas con
garabatos frenéticos mientras escurría tinta y un poco de sangre sudorosa.
Estela llamó a la puerta, pero él no la quería ver; cuando le llevaba un poco
de pan y café, él insistía en que saliera, en que no lo molestara.
El tiempo de la visita terminó y ella debía regresar a su ciudad. Durante días
y noches, el miope escritor había gastado sus ojos en recorrer líneas y hojas
en blanco, sin siquiera voltear a mirarla.
Ya en la estación, durante la despedida, ella le reprochaba: “¿qué sentido
tiene haber venido hasta aquí? Si no me has tocado, si has pasado todos los
días escribiendo no sé qué cosa”. Kafka respondió: “Qué bueno que lo recuerdas,
Ten, es para ti”.
Algunos ven en esta historia belleza. Yo no veo sino la estupidez del
idealismo; la soledad que sobreviene a la posesión después del coito, la
ineptitud del hombre que conquista y una vez que ha triunfado se pregunta para
qué ha venido y todo eso qué significa, el ridículo baile de un ermitaño sobre
un caldero, baile del que soy, asiduo y ejercitado aficionado.
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