Los platónicos somos sencillamente malos amantes. Éstos son
los que pronuncian frases del estilo “la veo en todas partes” o “todo me
recuerda a ti”. La terca memoria es precisamente la que denuncia su filiación
con el filósofo de las ideas perfectas.
Los aristotélicos en cambio recorren contornos de piel y tazas de café. Las frases zambullidas también en la cursilería publicitaria de nuestros tiempos varían sin embargo en número: “cada cosa me recuerda a ti” o “te veo con la luz del atardecer y en el té de tila”.
A la hora del sexo, abundan los unos en orgasmos, los otros en carne arañada y roncos gritos. A la hora de la cama, los unos bostezan y babean la almohada; los otros apenas pegan los ojos, de tanto comerse las uñas. Y así podríamos seguir un montoncito de otras diferencias anchas y bien claras.
La principal, quizá sea ésta: los platónicos, muy en su fondo amoroso, añoran que otra persona, que no existe, los quiera ofreciendo algo que no poseen; los aristotélicos, en cambio, apuestan a que un día de estos, una mano que no conocen los acariciará en una parte que no existe, pero que, ambos, platónicos y aristotélicos –Freud lo llamó ridículamente libido, y por nombres no paramos– reconocen, sin ningún problema, como el corazón.
Los aristotélicos en cambio recorren contornos de piel y tazas de café. Las frases zambullidas también en la cursilería publicitaria de nuestros tiempos varían sin embargo en número: “cada cosa me recuerda a ti” o “te veo con la luz del atardecer y en el té de tila”.
A la hora del sexo, abundan los unos en orgasmos, los otros en carne arañada y roncos gritos. A la hora de la cama, los unos bostezan y babean la almohada; los otros apenas pegan los ojos, de tanto comerse las uñas. Y así podríamos seguir un montoncito de otras diferencias anchas y bien claras.
La principal, quizá sea ésta: los platónicos, muy en su fondo amoroso, añoran que otra persona, que no existe, los quiera ofreciendo algo que no poseen; los aristotélicos, en cambio, apuestan a que un día de estos, una mano que no conocen los acariciará en una parte que no existe, pero que, ambos, platónicos y aristotélicos –Freud lo llamó ridículamente libido, y por nombres no paramos– reconocen, sin ningún problema, como el corazón.
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