Se podría decir, sin ninguna exageración, que soy un gran
tipo. Pero como todos los grandes hombres de la raza humana soy acechado por un
terrible defecto: la soberbia. Me lo dijo el soberbiólogo con certeza
profesional. Yo no tenía intenciones de consultarlo pero mi esposa insistió en que
esa visita era necesaria.
-¿Para qué, mujer? ya sé lo que me va a decir, los doctores
inventan cualquier cosa con tal de embolsarse algo de dinero.
Y ahí tienes. Las radiografías y los análisis de sangre
resultaron tan contundentes que me convencieron. De la negación pasé al pánico
y ahora al ascetismo. Todos los días hago mis ejercicios circulatorios,
lavatorios y humildatorios. También engullo, sin falta, una píldora naranja en
las mañanas y otra azul por las noches. La primera tonifica mi ego, la segunda,
dulcifica mi superego.
Hoy se cumplen dos meses de tratamiento, y tal como lo
predijo el doctor, ya veo la luz al final del túnel: el término de la terapia es
inminente. Puedo verlo con claridad, en sólo dos días, mi terco defecto se irá
y, al fin, seré perfecto.
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