domingo, junio 02, 2013

L'avventura

¿Estás enojada entonces?

Pero tú moviste en eje transversal, sin alinearla de regreso, la dejaste colgando de la última punta izquierda de unos ojos que se parecían mucho a antes no, pero ahora sí.

Cuántas otras veces habíamos repasado ese juego después del cine y el café y tus certezas sobre cómo en la película estaba descrito nuestro futuro. Tú eras Sophia y yo era Sandro y nuestro barco estaba pronto por zarpar, cada día más cerca. No importaba que presenciáramos otras funciones y otros actores, siempre insistías en que toda película era una variación infinita de esa pareja de fortuitos.  Al final, tú, me vas a abandonar.

Y entonces hoy aquí y otra vez te pones imposible porque encuentras que tu vestido blanco de estampa a cuadros, se parecen tan exactamente al mismo que llevaba  hoy en la pantalla Sophia y que esa calle mojada y esa lluvia son estas calles y estas lluvias que nos han traído como sopa hasta nuestra charla de buró que empieza a fastidiarnos. Y todo eso claro hay que inferirlo porque tú no dices nada y me miras con esa cara de Sophia en la escalera, que lo sabe todo y yo no puedo hacer sino de un infeliz Sandro que ni sabe y que ni se entera. 

Si no vas a decir nada, al menos podrías venir a la cama.

Y te tendí las manos alisando entre las sábanas el hueco suplicante para acurrar tu cuerpo entre ellas y mis otras manos en la espera.  Pero te negaste , balanceando la cabeza al no completo y  cogiste tu almohada al salir por el hoyo negro de la recámara. Todavía escuché tus otros pasos y la puerta del closet del pasillo donde sacaste, como siempre lo sé, el cobertor de tus huidas arcanas.

No hay nada qué hacer, estamos condenados a los mismos gestos y a los mismos silencios desde que a ti se te metió Antonioni en la cabeza y tú eres Sophia y yo Sandro. Fingirás, cuando me levante que el sueño te ha tomado completa y ni siquiera será posible convencerte de que sería menos deshonroso en todo caso que Sandro fuera el que pasara una noche terrible en el sofá cama.

Me rindo sin segundos actos ni intenciones. Dormito siempre con la duda de si es así como realmente se desarrolla ese guión de Antonioni. Una mujer se pierde en altamar, y él la persigue, desconsolado, suda por encontrarla… tú mejor que cualquier hembra sabes cómo son ustedes, nuestra impotencia contra su voluntad de potra desbocada pero tú me pones esa cara como si la única verdad de ellos fuera que él la abandona repetidamente, no en un punto en particular del filme sino desde antes de que suban al barco, desde la pobre decisión de pasar el tiempo juntos, desde que él, hombre, y ella, hembra, desde esa rocosa isla abandonada de la  Italia, desde que somos una pareja de fortuitos y tú Sophia y yo Sandro.

Me pregunto si habrá maneras de convencerte. Pedir a algún amigo que ruede otro filme, que manipule los rollos para invitarte a una función privada en la que Sophia, al final, no es abandonada por nadie. Quizá un asesinato: es ella la que tira a Sandro desde el bote en que lo mira ahogarse. Pero si él es un estupendo nadador, me has dicho. Alguna otra manera entonces, que sea Claudia la que llena de celos por la felicidad de la pareja de fortuitos tome la pequeña pistoletta y la vacíe en la espalda de Sandro mientras duerme acurrucado junto a Sophia. Sería más probable en todo caso lo contrario, que Claudia llena de rabia se fuera de lleno contra Sophia, y entonces sí, la posición de Sandro sería insalvable. Porque Claudia y Sandro, es evidente se han entendido desde siempre hundiendo más a Sophia en la traición y el abandono: el desenlace previsible de la mejor amiga como amante y a la vez amica del tipo que, fortuito, también es despreciable.

Pero yo sigo inseguro de que el cuento de Antonioni vaya así. Me parece más bien que Sophia de muchacha ha buscado refugiarse en la figura paternal de Sandro, siempre con la esperanza de que él la abandonara, como una repetición incansable de las relaciones con papá y su primer marido y los novios de la escuela. Me parece más bien que Sophia ha pernoctado leyendo manuales de feminismo y psicología y se ha llenado de un idealismo espéjico en el que pide que la empujen desde proa, para perderse y no ser encontrada y poder decir que Sandro, al final, la ha abandonado. Pero eso es demasiado freudismo y kleinismo y no hay lugar en Antonioni más que para un lienzo abstracto blanco sobre blanco.  

¿Realmente quieres que te abandone? No importa lo que quiero sino lo que al final, haces. Y me levanto dormitando, descalzo, con el frío subiendo por las venas esperando que ya no estés ahí, o al menos ser capaz de hacer lo inevitable de una vez por todas, tomarme un baño y salir y dejarte a solas con Sandro como un gesto purificador, y que haya sido Sandro y no Antonio, ni tu padre el que tomándote de la cintura sobre cubierta, apretándote contra el mástil de este barco y tu voluntad dormida y resignada te haya empujado dejándote caer al mar infinito del abandono, al aire fresco y libertario del patio y de la calle lluviosa, desde este último segundo piso, desde esta proa donde puedo admirar al fin el espectáculo. 



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