¿Estás enojada entonces?
Pero tú moviste en eje transversal, sin
alinearla de regreso, la dejaste colgando de la última punta izquierda de
unos ojos que se parecían mucho a antes no, pero ahora sí.
Cuántas otras veces habíamos repasado ese juego
después del cine y el café y tus certezas sobre cómo en la película estaba descrito
nuestro futuro. Tú eras Sophia y yo era Sandro y nuestro barco estaba pronto por zarpar, cada
día más cerca. No importaba que presenciáramos otras funciones y otros actores,
siempre insistías en que toda película era una variación infinita de esa pareja
de fortuitos. Al final, tú, me vas a abandonar.
Y entonces hoy aquí y otra vez te pones
imposible porque encuentras que tu vestido blanco de estampa a cuadros, se
parecen tan exactamente al mismo que llevaba
hoy en la pantalla Sophia y que esa calle mojada y esa lluvia son estas calles
y estas lluvias que nos han traído como sopa hasta nuestra charla de buró que empieza a fastidiarnos. Y todo eso claro hay que inferirlo porque tú no dices
nada y me miras con esa cara de Sophia en la escalera, que lo sabe todo y yo no puedo hacer sino
de un infeliz Sandro que ni sabe y que ni se entera.
Si no vas a decir
nada, al menos podrías venir a la cama.
Y te tendí las manos alisando entre las
sábanas el hueco suplicante para acurrar tu cuerpo entre ellas y mis otras manos
en la espera. Pero te negaste ,
balanceando la cabeza al no completo y cogiste
tu almohada al salir por el hoyo negro de la recámara. Todavía escuché tus
otros pasos y la puerta del closet del pasillo donde sacaste, como siempre lo
sé, el cobertor de tus huidas arcanas.
No hay nada qué hacer, estamos condenados a
los mismos gestos y a los mismos silencios desde que a ti se te metió Antonioni
en la cabeza y tú eres Sophia y yo Sandro. Fingirás, cuando me levante que el
sueño te ha tomado completa y ni siquiera será posible convencerte de que sería
menos deshonroso en todo caso que Sandro fuera el que pasara una noche terrible en el sofá cama.
Me rindo sin segundos actos ni intenciones.
Dormito siempre con la duda de si es así como realmente se desarrolla ese guión
de Antonioni. Una mujer se pierde en altamar, y él la persigue, desconsolado, suda
por encontrarla… tú mejor que cualquier hembra sabes cómo son ustedes, nuestra
impotencia contra su voluntad de potra desbocada… pero tú me pones esa cara como si la única verdad de ellos fuera
que él la abandona repetidamente, no en un punto en particular del filme sino
desde antes de que suban al barco, desde la pobre decisión de pasar el tiempo
juntos, desde que él, hombre, y ella, hembra, desde esa rocosa isla abandonada
de la Italia , desde que somos una
pareja de fortuitos y tú Sophia y yo Sandro.
Me pregunto si habrá maneras de convencerte.
Pedir a algún amigo que ruede otro filme, que manipule los rollos para
invitarte a una función privada en la que Sophia, al final, no es abandonada por
nadie. Quizá un asesinato: es ella la que tira a Sandro desde el bote en que lo
mira ahogarse. Pero si él es un estupendo nadador, me has dicho. Alguna otra
manera entonces, que sea Claudia la que llena de celos por la felicidad de la
pareja de fortuitos tome la pequeña pistoletta
y la vacíe en la espalda de Sandro mientras duerme acurrucado junto a Sophia.
Sería más probable en todo caso lo contrario, que Claudia llena de rabia se
fuera de lleno contra Sophia, y entonces sí, la posición de Sandro sería
insalvable. Porque Claudia y Sandro, es evidente se han entendido desde siempre
hundiendo más a Sophia en la traición y el abandono: el desenlace previsible de
la mejor amiga como amante y a la vez amica
del tipo que, fortuito, también es despreciable.
Pero yo sigo inseguro de que el cuento de
Antonioni vaya así. Me parece más bien que Sophia de muchacha ha buscado
refugiarse en la figura paternal de Sandro, siempre con la esperanza de que él
la abandonara, como una repetición incansable de las relaciones con papá y su
primer marido y los novios de la escuela. Me parece más bien que Sophia ha pernoctado
leyendo manuales de feminismo y psicología y se ha llenado de un idealismo
espéjico en el que pide que la empujen desde proa, para perderse y no ser
encontrada y poder decir que Sandro, al final, la ha abandonado. Pero eso es
demasiado freudismo y kleinismo y no hay lugar en Antonioni más que para un
lienzo abstracto blanco sobre blanco.
¿Realmente quieres que te abandone? No importa lo que quiero sino lo que al
final, haces. Y me levanto dormitando, descalzo, con el frío subiendo por
las venas esperando que ya no estés ahí, o al menos ser capaz de hacer lo
inevitable de una vez por todas, tomarme un baño y salir y dejarte a solas con
Sandro como un gesto purificador, y que haya sido Sandro y no Antonio, ni tu padre el que tomándote de la cintura sobre cubierta,
apretándote contra el mástil de este barco y tu voluntad dormida y resignada te
haya empujado dejándote caer al mar infinito del abandono, al
aire fresco y libertario del patio y de la calle lluviosa, desde este último
segundo piso, desde esta proa donde puedo admirar al fin el espectáculo.
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