Segundo piso de una librería. Con veinte años y en busca de libros nuevos, trepó por una escalera de estilo extranjero apoyada en los estantes. De Maupassant, Baudelaire, Strindberg, Ibsen, Shaw, Tolstoy...
El crepúsculo comenzaba a apretarse en el interior, pero él seguía las letras de los lomos. Reunidos frente a sí, no libros, sino el fin de siglo en persona. Nietzsche, Verlaine, los hermanos Goncourt, Dostoyevsky, Hauptamnn, Flaubert...
Desafiando la oscuridad, intentó descifrar más nombres, pero los libros se hundían en las sombras, se anegaban entre la oscuridad. Le dolían los nervios, listo para descender. Un foco desnudo justo sobre su cabeza se encendió de pronto. Agarrado a la escalera miró hacia abajo. Los libros, los empleados, los clientes en movimiento. El pequeño tamaño que tenían resultaba extraño.
"Toda la vida humana es menos que una línea de Baudelaire".
Los había estado mirando, desde la punta de la escalera, por un buen rato.
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