miércoles, febrero 17, 2016

Platónicos proféticos (bis); aristotélicos prestados

El papa entre los cerdos

Toda la semana me había resistido al barullo de Francisco, a la gaceta parroquial en que se había convertido la provinciana ciudad de México. Incluso resistí la provocación de un amigo que me llamó nazi cuando le dije que el papa era sólo un costal de ruido y furia, sin ninguna importancia.

Luego Julio Florencio C. me pidió que escribiera algo sobre él para su revista en línea, pero algo macanudo, ché, algo crítico. Me negué porque sin importar que se alaben sus acercamientos libertadores, su progresista teología conciliadora y juvenil, sin importar que se injurien sus favoritismos hacia los regímenes anuladores de la Argentina o sus complicidades con la pederastia deportiva católica, hablar bien o mal, es hablar y hablar, ché, es siempre una bobada.

Entonces vino la revelación por la teve: vi al sujeto envuelto en una túnica merengosa y resbaladiza atrayéndose las cabezas de niños desnudos, saludando de beso en la mejilla a milicos obesos y acariciando la calva de 33mil muertos. Vi al papa y reconocí a Jesús en todo su esplendor eclesial: la Iglesia esa bella institución fundada en la lucha de la carne contra la vida, contra el sexo, contra la muerte. Vi al papa y reconocí a J. M. Bergoglio disfrazado a la Macbeth con ropas prestadas, cavando su tumba regia, divina, aterciopelada, real.

Vi al papa minúsculo entre los cerdos y me reconocí: la belleza es fealdad y la fealdad es belleza. Bienvenido Papa Macbeth. 

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