sábado, marzo 21, 2020

Cuaderno de T Why don't you dance? R Carver

Miró la disposición del cuarto intacta: las dos mesas de noche, el chiffonnier, el espejo reflejando su mirada. La pequeña lámpara de luz amarilla, que había sido regalo de su madre, sobre el buró, de su lado de la cama. Su lado, el de ella. Cada uno en una esquina como en un partido de tenis de mesa. Lo único discordante ahora era el colchón desnudo, desprovisto de sábanas, listo para el deshuesadero.

Terminó de apilar la última caja sobre el jardín. La mesa de centro, las sillas con respaldo de madera aglomerada, los libreros, las cajas de ropa y los discos. Recordó unas líneas que había traducido: despellejas las cartas, arrancas las fotografías pero no agradeces al extraño que un día vino a tocar a tu puerta.

Regresaban de una fiesta a orillas del río. Serían las 2 de la mañana. Vieron el altar sobre el jardín; conmovidos decidieron parar en la entrada de la cochera. Apagó el auto con la sensación de que ese había sido siempre su lugar.
Cuando se acostó sobre el colchón, pensó en la comodidad y el bienestar. Y titubeó en pronunciar el reproche: hasta un vagabundo tiene una mejor cama que la nuestra. Él husmeaba entre las cajas, seleccionando entre los tesoros que empezaba a considerar suyos. Ella lo llamó. Ambos se recostaron sobre el colchón para besarse.

Miraba la escena desde dentro de la casa, protegido por las cortinas como el único accesorio que aún colgaba. Cuando los vio dormitar. Salió armado con una botella de whisky y una escopeta.

La música venía desde dentro, melodiosa y pausada. Mientras se pasaban la botella, tuvo una idea: ¿Por qué no bailamos? Con la mano derecha sostenía la cintura de ella, con la otra apuntaba con la escopeta, sin ningún punto fijo.

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