La grandeza de la vida consiste en nunca
detenerse a pensar. Los animales de la tierra aprenden de ellos mismos y de otros pero a mí ¿de qué me aprovecharía tanta arrogancia? Como una flora silvestre
acurrucada en las piernas de una hermosa muchacha, muere mi pensamiento, desvanecido
entre jugos más nutricios.
Soy como los
marineros que siempre aguardan lejos de la tierra, y a la vez lejos de la mar porque
no soportan ni la firmeza del intelecto ni su tibieza de gelatina. Con el deseo
firme de nunca volver para tocar a nuestra esposa, desearíamos que este bote se
perdiera en la marea luminosa de los parques en donde no se distingue a un marinero de un
burócrata, a un marido de un amante.
En la soledad del
mar todo pica y hunde: lo mismo una prostituta que un pez espada; lo mismo
Dios. Dios no se lo deseamos a nadie porque es un pez que se come hambirento pero no
alimenta, uno que sólo ocupa espacio en los intestinos poco nutrimentales. Hace rato
que está aquí; llega y se sienta y nos dice qué hay para cenar en esta velada.
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