martes, enero 28, 2014

Cena

La grandeza de la vida consiste en nunca detenerse a pensar. Los animales de la tierra aprenden de ellos mismos y de otros pero a mí ¿de qué me aprovecharía tanta arrogancia? Como una flora silvestre acurrucada en las piernas de una hermosa muchacha, muere mi pensamiento, desvanecido entre jugos más nutricios.

Soy como los marineros que siempre aguardan lejos de la tierra, y a la vez lejos de la mar porque no soportan ni la firmeza del intelecto ni su tibieza de gelatina. Con el deseo firme de nunca volver para tocar a nuestra esposa, desearíamos que este bote se perdiera en la marea luminosa de los parques en donde no se distingue a un marinero de un burócrata, a un marido de un amante.

En la soledad del mar todo pica y hunde: lo mismo una prostituta que un pez espada; lo mismo Dios. Dios no se lo deseamos a nadie porque es un pez que se come hambirento pero no alimenta, uno que sólo ocupa espacio en los intestinos poco nutrimentales. Hace rato que está aquí; llega y se sienta y nos dice qué hay para cenar en esta velada. 







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